sábado, 24 de agosto de 2013

F. Faig: La Maldición del gradualismo

FRANCISCO FAIG
PROFESOR UNIVERSITARIO. ENSAYISTA
Francisco Faig

La maldición del gradualismo 

El Pais, 24/8/13
Una de las críticas que se hicieron al gobierno blanco (1990- 1995) es que intentó modificarlo todo y muy rápido. Desde el sanguinettismo se decía que los cambios precisan de tiempo y que era mejor reformar gradualmente, de a poco, sin grandes rupturas. Con la perspectiva que dan los años, y ya pasando el mediodía de la administración Mujica, no cabe duda de que el apreciado gradualismo se ha transformado en una extendida maldición nacional.

Hoy, muchos de aquellos impulsos de modernización se concretaron: Ancap, asociada a empresas transnacionales; Antel, que ya no conserva el monopolio de las comunicaciones por el avance tecnológico; AFE, que se abrirá a privados; el seguro de automóviles, obligatorio; la multiplicación de sociedades anónimas que son públicas pero se rigen por derecho privado; inversión privada aceptada y hasta fomentada por la izquierda, con exoneraciones tributarias, a veces excesivas, para Aratirí, Montes del Plata, zonas francas, etc.

Pero, ¿cuánto daño causó la demora en inversiones en infraestructura pública? ¿Cuánto atraso generó el cansino ritmo con el que se enfrentaron las reformas en el pasado, o la falta de convicción en forzar la marcha para concretarlas? Con el diario del lunes que nos cuenta cómo el Frente Amplio se abrazó al capitalismo cuando llegó al poder, luego de décadas de prédica contraria, se sabe que fue enorme. ¡Si todo lo que el Frente Amplio hoy acepta se hubiera llevado adelante en los noventa!
Como estrategia electoral, que es lo menos relevante, el manido gradualismo no impidió el triunfo de la izquierda. Pero sobre todo, su perezoso paso impidió concretar reformas estructurales que, de haberse hecho a tiempo, hoy permitirían mayor desarrollo y prosperidad colectiva. Piénsese, por ejemplo, en el formidable impulso a la inversión en infraestructura y en enseñanza pública que hubiera significado que 600 millones de dólares de 1993 llegaran a las arcas del Estado. Pero claro: en vez de aceptar la ley de empresas públicas, la fuerza de la reacción progresista- gradualista la boicoteó, por aquella sandez de defender las joyas de la abuela.

Esa cultura gradualista no quiere verse en el espejo de su responsabilidad. En los años noventa uno década dos niños nacía con al menos una necesidad básica insatisfecha (NBI). En vez de apurar el ritmo de las reformas, el autocomplaciente gradualismo prefirió creer que no había urgencia. Desde la izquierda reaccionaria, el sentido común de la clase media montevideana incluso se oponía a ellas con virulencia.
Hoy, con barrios periféricos en la capital en los que las cifras de asesinatos son las peores del mundo (70 cada 100.000 habitantes, como en Centroamérica), y con datos de 2011 que señalan que uno de cada dos niños siguen naciendo con al menos una NBI, los gradualistas ponen cara de yo no fui. Y los compañeros del comité, de reflejos adolescentes, culpan a los años noventa.

Hoy como ayer la maldición es creer en el gradualismo. Tenemos que entender que en seguridad y en enseñanza pública así como vamos solo podemos empeorar. Se precisa un cambio de rumbo corajudo, decidido, con un liderazgo que haya aprendido de las pusilanimidades de los noventa, que vea más allá en el horizonte y que conduzca con convicción.
El Vázquez de 2014, se sabe, será la quintaescencia del quietismo: el gradualismo miope que se convenció de su éxito.

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