lunes, 13 de abril de 2015

Escribe: Hebert Gatto

HEBERT GATTO
ABOGADO, ESCRITOR, PERIODISTA.
Hebert Gatto

El apagón ideológicoEl país y probablemente gran parte del mundo, vive un declive de su producción ideológica", fenómeno que se manifiesta en el campo democrático por un notorio desinterés en la política.

Si bien sus grandes mayorías se siguen definiendo por el apoyo a la libertad y la igualdad, generalmente prefieren alcanzarlas por su práctica directa y no por su inserción en los partidos o en un programa político de mayor alcance. Si hasta hace unos pocos años el juego político y sus protagonistas naturales, los partidos, impulsaban vigorosamente una batería de valores (tanto a la derecha como a la izquierda), hoy esa función ha desaparecido o se ha desgastado fuertemente. Las organizaciones sociales, incluyendo a las gremiales, ocupan los antiguos espacios partidarios y generan un nuevo clima social disminuyendo el peso de las representaciones políticas. El gran problema es que si bien las formaciones surgidas de la sociedad son protagonistas infaltables de la moderna democracia, no son ellas mismas, o no lo son generalmente, de formación democrática. Priman en su estructura las camarillas y los personalismos, sin mecanismos institucionales que los contengan, dañando sus espacios de participación. 

Lo descripto no pretende abarcar puntualmente a todas las formaciones sociales. Recae fundamentalmente sobre sociedades desarrolladas del primer mundo o aquellas como la uruguaya donde los partidos -incluyendo los de izquierda- no son parte intrínseca del orden social y sus intereses, lo que significa que no tienen encuadres sociales definidos. 

En nuestro país fue la aparición del Frente Amplio la que acercó ambos campos, llevándolos a la actual situación en el que la declinación de las ideologías facilita el relativo ocaso de la política, entendida ésta como una práctica de poder desarrollada por los partidos políticos.

¿A qué se debe este cambio de clima, tan diferente al que vivimos desde mediados del siglo XX hasta la llegada de la dictadura militar? La explicación más general es que se trata de un terremoto civilizatorio donde las grandes construcciones doctrinarias han perdido relevancia. Y la han perdido en la medida que sus dos grandes concreciones históricas -el fascismo y el comunismo- resultaron derrotados, pero al hacerlo mostraron una institucionalidad perversa y un autoritarismo maquiavélico. Por lo cual no es equivocado decir que en los últimos años hubo un verdadero avance en materia civilizatoria. El fin de las ideologías parece haber traído una mejor estimación de los derechos individuales y con ellos de la libertad, razón por la cual son pocos y sin mayores posibilidades operativas aquellos que quieren volver al clima político de las décadas ideológicas: las inauguradas con el advenimiento del fascismo en Italia. La desaparición del Muro de Berlín dio clara muestra del fracaso de los experimentos ideológicos, desde el exclusivismo racista a la confrontación clasista, ratificando el absoluto agotamiento de las macroideologías. Ello, no obstante, no implica que debamos desplazarnos al otro extremo en nuestra práctica social. La trivialidad y el desinterés por lo público parecen dominar nuestro entorno. Es imperativo reaccionar, so pena de poner en peligro la propia democracia, pero será necesario poner en discusión algunos ideales
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Editorial Diario El Pais

¿En qué sociedad vivimos?

Hay realidades que hablan de la calidad de sociedad que se tiene. Y algunas noticias de estas últimas semanas debieran dejar preocupado a cualquier uruguayo, porque hablan muy mal de la sociedad en la que vivimos.

lun abr 13 2015

Aquí, entre nosotros, una jauría de perros mordió hasta matar a un paciente en una colonia del Estado. Fue así que todos nos enteramos que había decenas y decenas de perros semisalvajes conviviendo con enfermos psiquiátricos. Sin embargo, no era algo desconocido por las autoridades de la salud vinculadas a estos asuntos, que aceptaron por años, sin inconvenientes, semejante situación. Todo fue un disparate. Pero nadie renunció. Es más: la preocupación pública, increíblemente, dividió su atención entre la suerte que podían llegar a correr decenas de perros luego de la tragedia, y la feroz desgracia que sufrió el paciente. Como si una cosa y la otra fueran de similar importancia.

Aquí, entre nosotros, periódicamente se asesinan trabajadores del transporte público. La reacción sindical es siempre la misma: fijar un paro general inmediato, sorpresivo por tanto, que perjudica a todo el mundo y no resuelve nada. Hace años que se sabe que uno de los mecanismos que puede disuadir las rapiñas a ómnibus y taxis es que no manejen dinero. Hace años también que la tecnología está disponible para que eso se pueda implementar, con pagos por tarjetas por ejemplo. Sin embargo, siempre terminan primando otros intereses y nadie implementa el cambio.

No hubo ni hay una respuesta de las políticas públicas que pongan en este asunto, antes que nada, la seguridad de los trabajadores.

Aquí, entre nosotros, cada vez más seguido tenemos problemas graves con el consumo de agua potable, sobre todo en los departamentos más poblados. Cualquiera que se informe bien va teniendo la ingrata sensación de que más vale desconfiar de las declaraciones públicas que pretenden hacer creer que todo está lo más bien. Cualquier precavido, seguramente, ya compró algún filtro para el agua que llega a su cocina. Sin embargo, en el reciente episodio de Maldonado, las autoridades de OSE creyeron que alcanzaba con un 5% de rebaja de tarifa para resarcir a la población por el mal servicio. Un disparate asombroso, que fue enmendado por el sentido común del presidente Vázquez. Pero nadie renunció, claro, a pesar de que fue una muestra cabal de hasta qué punto la desidia y la falta de sentido de la realidad son moneda corriente en ciertas esferas que definen políticas públicas.

Aquí, entre nosotros, hace tiempo que se acumulan estudios que muestran que el pago en efectivo de los beneficios estatales hace aumentar los hurtos en los barrios populares. Pero la desidia nacional hace que esa realidad no se cambie con medidas que eviten el manejo de efectivo. También se sabe del éxito que han tenido las tobilleras electrónicas para combatir la violencia doméstica. Pero faltan años para que ellas se extiendan por todo el país, porque todo es terriblemente lento en el Estado, a pesar de que la cantidad de víctimas ya aumentó en 2015 con relación al año pasado.

Seguramente haya muchas razones que expliquen esta desidia nacional que hace que queden desprotegidos siempre los más débiles. Pero hay una explicación, entre política y cultural, que es muy sencilla pero muy importante, porque es una realidad evidente de nuestra sociedad. Se trata de la idea corriente y puesta en práctica en el ejercicio del poder, de que si una iniciativa la plantea la izquierda es aceptable; pero si esa misma iniciativa la plantea otro partido, no lo es, a no ser que sea tomada por la izquierda como propia.

Tres ejemplos, entre tantos, ilustran este asunto. Hace años que hay problemas de seguridad en el fútbol. En campaña electoral, el Partido Nacional planteó iniciativas según el modelo inglés que fue exitoso. Nadie las tomó. Ahora, el Gobierno estudia ese modelo. Hace años los blancos insistieron en vacunar a pre adolescentes contra el virus del papiloma humano. A regañadientes se aceptó la idea, pero se implementó a desgano. Recién ahora se harán campañas de información que permitirán extender la aplicación de esa vacuna. Hace años la oposición señala que la idea del puerto de aguas profundas de Rocha no es viable. Recién ahora el Gobierno terminó aceptando la realidad, y lo quitó de sus prioridades.

Cuando un actor político reniega de las ideas de los otros porque se considera moralmente superior, termina ayudando a que en la sociedad primen la desidia y la arrogancia

Escribe: Carlos Alberto Montaner

CARLOS ALBERTO MONTANER
PERIODISTA Y ESCRITOR
Carlos Alberto Montaner

Sin cabeza

Me equivoqué. Escribí que, por primera vez en su historia, la diplomacia norteamericana carecía de un marco de referencia. Me lo indicaban, falsamente, las concesiones gratuitas a la dictadura cubana, el pésimo pre acuerdo con Irán, la condescendencia con la dictadura birmana, la tolerancia con los desmanes de Chávez y Maduro.

Craso error. Me lo señaló el historiador Diego Trinidad. Existe un marco de referencia, por ahora vagamente utilizado. Se titula How Enemies Become Friends: The Sources of Stable Peace (Cómo los enemigos se convierten en amigos: la fuente de una paz estable), escrito por Charles A. Kupchan, profesor de Georgetown University y miembro del Consejo Nacional de Seguridad. 

La obra puede adquirirse muy fácilmente por Amazon. Vale la pena resumir su tesis central porque es muy sencilla: la manera de transformar a los enemigos en amigos y de sostener la paz es hacerles grandes concesiones unilaterales, no exigir ni esperar nada a cambio, cancelar toda conducta hostil, y no tratar de cambiar la naturaleza de esos gobiernos.

Es el entierro de la tradicional lógica diplomática que prescribe zanahorias para los amigos y aliados, palos para los enemigos y nada para los indiferentes. Es el fin de la diplomacia activa, desarrollada tras la terminación de la Segunda Guerra, encaminada a tratar de convertir el mundo en un lugar pacífico y próspero. 

Es una mezcla de buenísimo y neoaislacionismo. Es el fin, también, de la idea de que Estados Unidos, como potencia hegemónica en el terreno económico y militar, asume la responsabilidad de encabezar el castigo a los países agresores. De intentar dotar al planeta de estabilidad y de promover el buen gobierno, definido éste como la administración de sociedades pacíficas, democráticas, productivas y abiertas al comercio internacional. 

Naturalmente, los regímenes de Cuba, Venezuela e Irán, seguramente verán con un enorme agrado que Estados Unidos renuncie a tratar de frenarlos. Al fin y al cabo, La Habana y Caracas no son enemigos étnicos de Estados Unidos, sino adversarios ideológicos de las democracias liberales y del sistema de libre empresa que esta nación encabeza. Si Estados Unidos fuera una nación comunista, inmediatamente cesaría el anti americanismo. 

Hay que recordar que Fidel Castro y Hugo Chávez no escogieron el anti americanismo o el comunismo -Venezuela va en ese camino-por reacción a la política de Washington, sino (como Fidel Castro ha aclarado mil veces) por creer en las virtudes del colectivismo, de la planificación centralizada y del control social. Son antiamericanos a fuerza de ser pro comunistas. De alguna manera, esta nueva forma de encarar la diplomacia adoptada por EE.UU. no es la consecuencia de la debilidad, sino del éxito. Producen una quinta parte de lo que genera el mundo con menos del 5% de la población del planeta y tienen unas fuerzas armadas imbatibles. Eso les confiere una peligrosa sensación de invulnerabilidad. Con esos elementos a su favor, Obama cree que puede darse el lujo de ignorar a amigos y enemigos. ¿Podrá hacerlo? Lo dudo. La visión internacional norteamericana a partir de F.D. Roosevelt y los acuerdos de Bretton Woods de 1944, todavía con el ejército alemán sobre las armas, está concebida para que Washington asuma la responsabilidad de liderar el llamado "mundo libre". Esa tradición, que ya tiene más de 70 años, y que ha visto el triunfo de Occidente en la Guerra Fría, ha generado toda una burocracia dedicada a ejecutar medidas de gobierno, para lograr esos objetivos. La inercia de estos organismos pesa mucho y a Obama sólo le quedan un par de años en la Casa Blanca. No creo, afortunadamente, que logre imponer sus ideas. Un mundo sin cabeza es mucho más peligroso
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