jueves, 5 de enero de 2012

"Mantener la confianza". Ignacio de Posadas ("ElPaís")


Reflexión para leer. 31 Dec 2011 

IGNACIO DE POSADAS | Opinión

Mantener la confianza

Para muchos, ese fue el mensaje central de la exposición que hizo días atrás el vicepresidente en ADM. Muchos también entendimos que los destinatarios principales de las preocupaciones de Astori están en filas de su partido, de su gobierno.
Fue, más allá de obvias discrepancias, un excelente discurso, expuesto con particular cuidado en la elección de términos y adjetivos. Yo no sé si coincido con él en cuanto a la percepción de la gravedad del panorama, pero sí está claro que no tengo las mismas inhibiciones, lo que me permite dar mi opinión sin ambages. Hay en amplios sectores del país una creciente pérdida de confianza en el gobierno, que eventos recientes han convertido en verdadera alarma y no estoy pensando fundamentalmente en algunos de los temas destacados por el vicepresidente, como la educación, la inseguridad o las amenazas a la productividad, provenientes del dominio sindical sobre las relaciones laborales (esto último lo digo yo).
Todos son gravísimos, pero hay otras cosas todavía más esenciales que sacuden la confianza en el país y generan profundo temor y desazón.
Viene enseguida a la mente la pérdida de garantías, consecuencia del escaso valor que se le da al Estado de Derecho, pero tampoco es a eso a lo que hoy quiero referirme. Hijo de esa concepción que da más valor e importancia a los arreglos pragmáticos y a las ventajas económicas que a los principios, es el destrozo producido por el gobierno en la esencia de nuestra nacionalidad.
Ejemplos de ello son las concesiones dadas a organismos multilaterales, a veces con discutibles bases jurídicas, como fue el caso de menospreciar la voluntad ciudadana sobre la ley de caducidad y otras, sin base alguna de legitimidad, como ocurre con las presiones aplicadas por la OCDE o el G20, con los que no nos une vínculo jurídico alguno. En esas situaciones el gobierno ha optado por cabestrar, atemorizado por imaginarias consecuencias materiales, sin considerar siquiera otros valores (aquello del "rico patrimonio…") y con la ingenuidad de creer que la presión más reciente será la última.
Pero ni siquiera esos casos alcanzan el grado superlativo de genuflexión alcanzado por el gobierno en su relación con Argentina y los tristes episodios de la reciente kermesse mercosuriana en Montevideo.
El gobierno peronista K (K1 y K2), luego de años de patotear al Uruguay con el tema de la papelera y de encandilar al gobierno con una apertura supuestamente graciosa del puente Fray Bentos, nos mantiene entre espejitos y cachetazos, con promesas de dragados de los canales que no llegan a cumplirse, trabas a las exportaciones, negativas a que podamos, con el Paraguay, usar el tratado del Mercosur para comprar energía y, lo último, ordenándonos a violar normas de derecho internacional, haciendo desplantes frente a terceros países, cuyo único resultado será dar satisfacción fugaz al orgullo del gobierno argentino, a costa de nuestros intereses.
Por si todo esto fuera poco, la última romería del Mercosur puso en escena un episodio increíble en el cual lo lúdico no debe enmascarar la gravedad del contenido: alguien tuvo la peligrosísima idea de querer embaucar al gobierno paraguayo para que ignorara a su poder legislativo en aras del supremo fin de incorporar a Venezuela al Mercosur. Pero lo más triste de esa tragicomedia fue que nuestro gobierno aceptó hacer de mensajero de tan lamentable conspiración. El gobierno del Uruguay, ignorante en forma supina de nuestra historia y despreciando la dignidad institucional y nacional, se prestó a ser quien le planteara al Paraguay la deshonra de someterse, violando su constitución (y el Tratado de Asunción), para dar satisfacción a países más poderosos. Por si quedara alguna duda, frustrado el triste intento, nuestro Presidente declaró públicamente que se harían nuevas gestiones con los paraguayos, para que entendieran las potenciales ventajas económicas del asunto.
Similar razonamientos expuso en relación con la abyecta actitud asumida frente a Argentina. Su expresión fue "no vendo soberanía", se entiende, versus a lo que podríamos negociarle comercialmente: la expresión más desgraciada que he oído al Presidente.
Esa mentalidad, de medir la dignidad nacional en términos de changas, kilos, pedirle a Dilma unas chapas para hacer viviendas y cosas del estilo, es la misma que inspira otra veta negativa de quien representa al gobierno nacional: el menosprecio por las instituciones. No se engañen, la desprolijidad, el lenguaje, la campera militar y todo lo demás, no son meros brotes espontáneos de una personalidad auténtica. Revelan una forma peculiar pero no menos real de soberbia personal, enraizada en una ideología, que menosprecia las instituciones, considerándose por encima de ellas. La Presidencia es de la República. No de quien ocupa el cargo. El Sr. Mujica la está degradando de su dignidad institucional. Sin instituciones respetables y sin dignidad nacional encarnada en nuestra soberanía, ¿qué confianza podrá haber?


El País Digital


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