martes, 30 de julio de 2013

Lanzando al país por el despeñadero, Editorial EL PAIS

Se cumple mañana medio siglo del primer atentado tupamaro que consistió en el robo de armas en un desolado club de tiro en el departamento de Colonia, un episodio con el que empezó la intentona guerrillera que tanto daño le hizo al Uruguay. En efecto, el 31 de julio de 1963 los tupamaros hurtaron decenas de fusiles para iniciar una revolución de tipo castrista en un país que, además de pacífico y democrático, era catalogado como el socialmente más justo de América Latina.

Lo que no lograron a través de las urnas procuraron conseguirlo con las armas y una campaña de denuncia contra los gobernantes de la época. Importa recordar, a modo de ejemplo, quiénes eran algunos de esos gobernantes para calibrar el despropósito de los sedicentes guerrilleros. A Salvador Ferrer Serra, el ministro de Hacienda, lo criticaban porque la inflación trepaba al 10%. Wilson Ferreira Aldunate, ministro de Ganadería y auténtico "premier" del gobierno planeaba una reforma agraria que a los revoltosos les parecía insuficiente. Y al ministro de Instrucción Pública, Juan Pivel Devoto, cabeza de un sistema educativo elogiado desde el exterior, lo ponían en la picota.

El Uruguay de 1963 era una democracia asentada en el voto popular, el "país de las clases medias" que, aun con sus dificultades, era un vergel en la región. Montevideo, "la ciudad sin rejas", se jactaba de ser la capital más segura de América Latina a estar a los datos de Interpol. La esperanza de vida de los uruguayos era de nivel europeo y el desempleo estaba en el 8%, una cifra que miembros colorados del Consejo de Gobierno, como los opositores Óscar Gestido y Amílcar Vasconcellos, solían reprochar a sus adversarios blancos.

En sus escritos, los tupamaros calificaban a los gobernantes de "oligarcas" y señalaban la carencia de "un proyecto de país", una imputación desatinada pues precisamente en aquel invierno del 63 un joven contador, Enrique Iglesias, apretaba el acelerador de la legendaria Comisión de Inversión y Desarrollo (CIDE) que retrataría la realidad nacional como nunca antes y propondría un meditado programa de reformas cuya influencia se extendería hasta el presente.

Nada de eso satisfacía a los violentos que poco después detonarían bombas contra las casas de consejeros de gobierno como Washington Beltrán y Luis Giannattasio, en dos golpes de una gravedad sin precedentes en la historia uruguaya. Enemigos del diálogo deseaban emular a sus maestros cubanos, convencidos de la "teoría del foco" según la cual una elite de iluminados podía, a balazo limpio, generar las condiciones para desatar una revolución popular encabezada por ellos.

Acuñadores de fáciles eslóganes insistían en su filosofía de "cuanto peor, mejor", una forma de fomentar las turbulencias y el caos, elementos que en su opinión debían alfombrar el camino hacia la rebelión y, por último, hacia el poder. Así, desde 1963 en adelante no se cansaron de denunciar la inminencia de un golpe militar, el peligro de una intervención extranjera y otros males contra los cuales era preciso precaverse. De ese modo surgió una consigna que pronto tapizó los muros montevideanos: "Ármate y espera". Y otra, consecuente con la anterior: "El poder nace de la boca del fusil".

Por increíble que hoy parezca, esos cantos de sirena resultaron atractivos para quienes en los años siguientes cometerían el error de cooperar en una escalada de amenazas, extorsiones, atracos, secuestros y asesinatos que no dejó otro camino que recurrir a las Fuerzas Armadas. Lo que vino después es bien sabido. Tras vencer a la guerrilla con inesperada facilidad, los militares dieron el golpe de Estado tan anunciado -y a la vez provocado- por los tupamaros, hecho que ocurrió una década después de aquel robo de fusiles en un club de aficionados al tiro.

Esa es, en síntesis, la triste historia que comenzó hace exactamente medio siglo.

Mañana se cumple medio siglo del robo de armas en un club de tiro del interior, punto de partida de la violencia tupamara que se abatió sobre el Uruguay a partir de 1963 con penosas consecuencias.

lunes, 22 de julio de 2013

Los criminales, los vagos y la fractura. Editorial Diario El País

El problema más grave de la sociedad uruguaya hoy es su fractura. Lejos de construir un colectivo con un futuro en común, vamos tomando un camino de fragmentación y rupturas que nos van desintegrando como sociedad.

Eso se traduce en una grave compartimentación urbana. Barros Blancos, Borro, Carrasco Norte, Cerro Norte, cuenca de Casavalle, Chacaritas de los Padres, Ituzaingó, Maroñas, Pajas Blancas, y Villa Española son barrios que integran las zonas más inseguras de Montevideo. Allí, la policía sabe que operan varias bandas criminales vinculadas al narcotráfico. Y es precisamente de estas zonas de la capital que llegan la mayoría de las noticias de asesinatos de jóvenes que, muchas veces, se asignan al móvil "ajuste de cuentas". En este sentido, el aumento del número de homicidios dio un salto en 2012 -fueron 267, contra 199 en 2011- y los datos de este primer semestre de 2013 confirman que este aumento se mantiene y con énfasis en estas zonas de la capital.

El problema pasa por la represión del delito, que no es eficiente a pesar de que se cuenta con más recursos para la seguridad pública. De hecho, el Ministerio del Interior ha recibido en estos años un presupuesto cada vez más importante: en 2010, fueron ejecutados 545 millones de dólares; en 2012, se pasó a 742 millones de dólares, que representaron un 1,5% del PIB y cerca de un 6% del total.

Pero el problema también pasa por la integración social de la población joven de estas zonas de Montevideo que son las más carenciadas cultural, social y económicamente. Y aquí la responsabilidad vuelve a estar del lado de la ineficiencia de las políticas gubernamentales.

En este sentido, una reciente investigación académica mostró que el 85% de los uruguayos cree que el Estado debe tomar medidas para reducir la brecha entre ricos y pobres. A su vez, un 57% de los entrevistados considera que quienes reciben dinero del Estado, por transferencias condicionadas o programas de asistencia, son "vagos".

¿Son resultados contradictorios? Para nada. Señalan a las claras que los uruguayos son críticos de las políticas concretas definidas para enfrentar la fractura social. Porque, de nuevo, el problema no es que no se disponga de dineros públicos para la tarea: El Ministerio de Desarrollo Social pasó de 88 millones de dólares ejecutados en 2010, a 136 millones en 2012. El problema es que, luego de siete años de administración frenteamplista, los resultados no son para nada suficientes.

El gobierno señala que, gracias a sus programas, la pobreza bajó del 39% al 13% entre 2005 y 2012. Lo que no dice el gobierno es que la pobreza había bajado del 46% en 1986 al 14% del total de la población en 1994. En ese entonces no había esos programas; ni tanto dinero para la burocracia de un ministerio nuevo; ni por cierto, la formidable bonanza económica que se verificó en este ciclo de crecimiento excepcional que ya lleva una década ininterrumpida. Con menos recursos, comparativamente, hubo mejores resultados.

Hoy, la clave está en que no hay un seguimiento eficiente de los resultados de las políticas sociales implementadas. Allí está el ejemplo de las más de 30.000 asignaciones suspendidas porque no cumplieron con los requisitos básicos vinculados con la educación de niños y adolescentes. ¿Cuánto hacía que no se cumplía? No se sabe. Y no es el único ejemplo: todavía no se sabe cuántas son las asignaciones que se distribuyen indebidamente entre familias que anotan a sus hijos en la escuela o en el liceo, pero que luego no se preocupan de que esos jóvenes concurran asiduamente a clase.

Los uruguayos no son tontos. Entienden que el instrumento de largo plazo para liquidar la delincuencia de los barrios marginales está en las políticas estatales. Y entienden que el sistema actual de asistencia social no cumple con el objetivo de inserción social allí en donde más se precisa. En el fondo, vinculan los dos temas y entienden que la mayor falencia de este gobierno está en la política de educación pública.

No hay educación que permita hacerse de herramientas para tener un buen trabajo para los considerados "vagos". Ni tampoco la hay para los jóvenes que terminan delinquiendo. Entre los más pobres, nuestros resultados PISA son de los peores del mundo.

Allí está la causa de fondo de la fractura social. No lo ve quien no quiere verlo.

22/7/13

jueves, 18 de julio de 2013

Lacalle Pou: INVITACION: SEGURIDAD VIAL



Este próximo martes 24 de julio a las 19.00hs., estaremos llevando a cabo un Seminario sobre SEGURIDAD VIAL en la sala "Reconquista" del Hotel NH Columbia (Rambla Gran Bretaña 473). 

La entrada es abierta para todo público, así que está invitado todo aquel que quiera concurrir. 

bDiputado Luis Lacalle Pou 

Contacto
  2 209 82 19 
 luisalacallepou@gmail.com
  @luislacallepou 
   Luis Lacalle Pou





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Juan Carlos Raffo Costemalle

Celular:        099 606964
Despacho:     2929 0568

martes, 2 de julio de 2013

Columna Gabriel Pereyra: "El proyecto frenteamplista al borde de un fracaso monumental"


 OPINIÓN-GABRIEL PEREYRA

El proyecto frenteamplista al borde de un fracaso monumental

OPINIÓN-GABRIEL PEREYRA. La izquierda parece haber minimizado el problema de la educación, en manos de una corporación de ribetes fascistas que cada vez juega más fuerte contra los débiles

 
  • © EL OBSERVADOR

Hace unos días el número dos de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), Jerónimo Roca, escribió en su cuenta de Twitter: "Si el MIDES (Ministerio de Desarrollo Social) sigue abierto dentro de seis años habremos fracasado".

El planteo, interesante, parece encerrar un dejo de esperanza de que las políticas sociales, al menos las más agresivas y costosas, no sean tan necesarias dentro de seis años. La pregunta que se impone es ¿por qué razón habría de ser así? Uruguay lleva más de 10 años creciendo -en algunos tramos a tasas chinas- y las aristas más duras de la pobreza siguen lastimando a miles.

Cuando los tecnócratas manejan cifras sobre la reducción de la pobreza son datos que no se pueden desestimar porque de alguna forma hay que medir los resultados, pero en general encierran pequeñas trampas tales como que con darle algunos pesos a una persona que figura como "pobre" en una estadística, deja de serlo. La fragilidad de su situación depende de que pueda seguir recibiendo ese dinero y todos sabemos que ya llegará el día en que las cuentas del país no sean tan auspiciosas como lo vienen siendo desde 2003.

Pero pensar que este crecimiento económico que no logra abatir el núcleo duro de la pobreza y las políticas que algunos cuestionan como asistencialistas son la mezcla que terminará por hacer más o menos necesario al Mides, es como preocuparse por cómo sacar la humedad de una pared generada por un caño que se rompió en los cimientos. Es lo que parece que estamos haciendo: debatir si ponemos cal o pintura al agua, mientras en las profundidades el agua mana a borbotones.

La más profunda, duradera y, a la larga, barata de todas las políticas sociales está haciendo agua por todos lados y amenaza con ahogarnos a todos: la educación.

Ahí, y no en las políticas sociales tradicionales, radica el gran fracaso de todos estos años de gestión frenteamplista. La educación amenaza con reducir a una anécdota todos los logros obtenidos desde 2005 y dejar al país sumido por décadas en una catástrofe que, a la larga, puede terminar afectando aspectos institucionales.

Hay una emergencia nacional que el gobierno parece no advertir. Para anunciar la legalización de la marihuana se montó un escenario con medio gobierno presente y todos los medios atentos. Cuando se anunciaron medidas contra la inseguridad, igual. ¿Alguien vio un tinglado de esta importancia para, al menos, hacerle ver a algún distraído que estamos en una emergencia?

La violencia, la inseguridad y la pobreza son fenómenos multicausales, pero en todos hay un factor que siempre está presente: los niveles educativos de la ciudadanía. En vez de estimar la peligrosidad de los delincuentes por el número de rapiñas deberíamos medir los años que estuvieron fuera de un aula.

La decadencia de la educación llegó a un grado tal que resultó visible materialmente y aunque el país crecía y crecía todos admitíamos como corderos oligofrénicos que los niños más pobres y débiles del país asistieran a centros de estudio que se llovían y olían a mierda porque tenían un baño para 600 alumnos. Y gobernaba la izquierda. 

Y la izquierda sigue gobernando, pero la educación está en manos de una corporación de educadores que ante la pasividad oficial han ido subiendo la apuesta: ahora no solo dejan sin clases a los más necesitados sino que adoptan actitudes fascistas y expulsan de sus filas a los disidentes. Se cargan en una movida el derecho constitucional a la educación, a la agremiación y al trabajo, y todos tan campantes.

Podría seguir enumerando barbaridades de esta dimensión en torno a la educación, pero ya todos las conocemos. El gobierno también las conoce. Si esto sigue este rumbo, por más versos que nos quieran vender cuando llegue el momento de juntar votos, por más cifras que nos muestren los tecnócratas travestidos en políticos, por más consignas solidarias que lancen desde las tribunas, si no logran un quiebre profundo y verdadero en la educación, todos estos años de gobierno frenteamplista no habrán sido otra cosa que un fracaso con peligrosas proyecciones de futuro.